Es el caballero andante de los libros un ser de fuerza considerable, muchas veces portentosa e inverosímil, habilísimo en el manejo de las armas, incansable en la lucha y siempre dispuesto a acometer las empresas más peligrosas. Por lo común lucha contra el mal -opresores de humildes, traidores, ladrones, déspotas, infieles, paganos, gigantes, dragones-, pero el afán por la acción, por la “aventura”, es para él una especie de necesidad vital […]. El constante luchar del caballero supone una serie ininterrumpida de sacrificios, trabajos y esfuerzos que son ofrecidos a una dama, con la finalidad de conseguir, conservar o acrecentar su amor.
Martín de Riquer, Prólogo a Don Quijote de la Mancha
Nuestra Razón de ser
Muy Honorable Cofradía Internacional de Caballeros de Don Quijote
Todo aquel que tenga un espíritu abierto a la humanidad y a la necesaria Concordia entre todos los seres humanos y especialmente entre aquellas personas o pueblos que tradicionalmente conviven mal.
Todos aquellos que piensen que estar locos por esta idea es un ejercicio muy cuerdo y todos aquellos que crean que el sentido común es ser realistas, es decir, Sancho y todos aquellos que crean que el sentido común es ser idealistas, es decir, Don Quijote, y que como él se afinquen en un mundo de Concordia entre los pueblos y las personas.
Todos aquellos que usen la palabra como herramienta de convivencia y comprensión entre las diferentes culturas y religiones y que acepten como objetivo de caballero la difusión de la palabra como vínculo de la humanidad y frente a toda violencia
Así son los Caballeros y Damas, que bien merecen serlo de la
Muy Honorable Cofradía Internacional de Caballeros de Don Quijote.
Para todos saber que esta es la historia … en el que el realista Sancho acabó siendo loco, y la historia de un caballero cuya mejor fazaña de su vida fue vivir loco y morir cuerdo.
“¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío!”
Capítulo XI. De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros
»–¿No han vuestras mercedes leído –respondió don Quijote– los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas hazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que, por arte de encantamento, se convirtió en cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a éste haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Mesa Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allí se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra España, de: Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera Lanzarote cuando de Bretaña vino; con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballería estendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería; en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mesmo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y así, me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos «.
Capítulo XIII. Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos